Irlanda en 7 días: Itinerario de una semana por pueblos y castillos de la Isla Esmeralda

Día 1 – Conociendo Dublín
Día 2 – Free tour por Dublín, museos y barrio de Oscar Wilde
Día 3 – Acantilados de Moher y Galway
Día 4 – El castillo de Malahide y el pueblo de Howth
Día 5 – Puentes, Docklands y festival de música en Dublín
Día 6 – El pueblo medieval de Kilkenny
Día 7 – Último día en Dublín

En primer lugar, quiero dar las gracias a mi hijo por lo bien planeado que lo tenía todo al contratar tanto la excursión a los acantilados de Moher y Galway como el free tour en español por Dublín.

Nuestro vuelo salió por la mañana temprano desde Málaga, con unas tres horas de recorrido, y fue bien. Lo mejor fue que nada más aterrizar nos estaban esperando con un minibús que habíamos concretado previamente para las dos familias (seis personas), con lo cual fue más económico que un taxi y más rápido que un bus de traslado desde el aeropuerto de Dublín a la ciudad. Nos esperaba una estupenda ruta por Irlanda en 7 días.

El hotel en el que nos alojamos durante esas siete noches, el Maldron Hotel Smithfield, tenía muy buenas habitaciones con todas las comodidades, además de cuidadas instalaciones y una gran situación, cerca del río Liffey. Hay que decir que nos atendieron unos chicos muy amables.

En la zona hay varios supermercados, muy útiles para hacer la compra diaria, además del pub Cobblestone, uno de los mejores con música en directo y que nos recomendaron nuestros colegas del blog de viajes De punta a punta.

Tras desayunar, fuimos a investigar un poco la ciudad. No parecía grande, con lo cual dedujimos que Dublín se podía recorrer andando sin problema.

Entramos a una oficina de turismo, muy recomendable en cada visita, donde nos dieron información sobre restaurantes cercanos, en la zona del Temple Bar: The Old Mill, un pub irlandés en pleno barrio turístico fue el elegido.

El Temple Bar, que coge el nombre del barrio en el que se encuentra, es precioso, así como toda la calle en general. Estaba muy concurrida y animada. Luego en el pub almorzamos el típico fish & chips, patatas con pollo y, cómo no, probamos por primera vez una pinta de Guinness. Me pareció curioso que ofrecieran agua fresca totalmente gratis (tap water, agua del grifo).

Como el hotel estaba cerca, fuimos a descansar un poco del paseo y retomar fuerzas, para por la tarde acercarnos al Phoenix Park, uno de los parques urbanos más grandes de Europa y aunque no vimos ningún ciervo, es un lugar precioso y muy cuidado.

Para cenar, recomendamos el pub The Church, que antiguamente era una iglesia, como su nombre indica, y ahora es un sitio chulísimo y espectacular en el que te puedes tomar una copa escuchando música en directo.

En nuestra segunda jornada por Irlanda en 7 días hicimos un free tour en español en Dublín, en el que la guía, Lucrecia, nos iba informando tanto de los monumentos y sitios que visitar, como un poco de historia de la ciudad. Fueron unas tres horas que pasaron más rápido que el vuelo que nos llevó. Había que dejarle una buena propina por lo bien que lo hizo.

Tras el tour, fuimos a comer a un pub irlandés, uno de los cientos que hay, aunque comimos más o menos igual por el mismo precio. Ten en cuenta que un plato principal te puede salir entre 18 y 22 euros, y una pinta de cerveza por unos 6 euros.

Ya por la tarde, nos acercamos al Museo Nacional de Arqueología, que es gratis, y por el cual merece la pena deambular por las diferentes salas e imaginar cómo vivían por estas tierras vikingos e irlandeses en otros tiempos remotos.

Te recomiendo entonces aprovechar un poco descansar en algún parque, como por ejemplo el que se sitúa cerca de este museo, el Merrion Square Park, zona en la que vivió el escritor y poeta Oscar Wilde, autor de, entre otros, ‘El retrato de Dorian Gray’. En el barrio alrededor de este parque podrás ver muchas de las puertas de viviendas pintadas de vivos colores.

A dos minutos andando de allí, visitamos la Galería Nacional de Irlanda, donde admiramos obras de Picasso, Renoir, Alexander Calder, Sorolla…

Además, tuve la oportunidad de pintar un mini cuadro exprés dentro de un taller de pintura al que me invitó a participar un empleado de la galería. Al cabo de un momento me vi con varios pinceles y una ganas locas de crear al estilo naíf un pedacito de mi precioso pueblo, Frigiliana.

Al menos quedó plasmada la esencia del mismo: Sus calles empedradas, los colores de sus macetas… Cuando terminé, escribí en letras grandes el nombre ‘Frigiliana (Málaga)’ y me permití en un gesto de poca humildad dejar mi nombre. Allí se quedó.

Mereció la pena también recorrer el Trinity College, la universidad más antigua del país (1592), y ver en su biblioteca el Book of Kells, un manuscrito del año 800 realizado por monjes celtas y que contiene los cuatro Evangelios del Nuevo Testamento.

Como anécdota del día, cabe reseñar que nos hizo las cuatro estaciones: Frío, calor, y lluvia, lo más bonito para los que vamos del sur, pues hay mucha sequía y durante el año vemos poco la lluvia.

A Irlanda hay que ir bien preparado de ropa porque el clima es impredecible.

Salimos sobre las 07:30h de Dublín hacia los acantilados. Nos recogió un autobús y por el camino el chófer nos fue contando un poco de historia de Irlanda, así como recomendaciones sobre dónde comer o excursiones interesantes.

Fue una excursión contratada de un día con Civitatis, y estuvo bastante bien, teniendo en cuenta que para poder ir a la zona en transporte público es bastante complicado.

Solo el tren desde Dublín hacia Galway son dos horas y media, y luego hay que coger un bus por toda la costa con sus paradas que tarda casi el mismo tiempo. Total: Unas cinco horas de viaje solo la ida. Por ello nos decidimos por la excursión, con una duración aproximada de tres horas por trayecto.

El rato de paseo en Galway, una parada técnica antes de llegar a los acantilados, nos supo a poco. Es un pueblo coqueto a la vez que peculiar, y parecía que estaba en fiestas por los banderines que atravesaban su calle principal.

Usa tu cámara para no perderte detalle de las peculiares fachadas del Barrio Latino y asómate al río Corrib para ver cómo la fuerza del agua derrama toda su belleza al grandioso Atlántico.

Ya de camino a los acantilados de Moher, seguimos por una serpenteante y estrecha carretera, en la que encontramos algún que otro vehículo en la otra dirección.

En el acceso de los turistas a Moher, uno de los encantos que pudimos ver fue la mimetización de las tiendas y del restaurante con el entorno que los rodea, pues están excavados en la roca.

Nos llovió y nos hizo mucho viento, pero eso no ensombreció el trabajo tan maravilloso de nuestra madre Naturaleza, con esos cortes tan gigantescos y a la vez tan espectaculares como son los acantilados de Moher.

Sudadera con gorro y chubasquero, gorra y cámara en mano, luché contra las inclemencias del tiempo para poder contemplar y disfrutar de un grandioso espectáculo inerte pero lleno de vida de esos muros de piedra que conforman los hermosos acantilados.

Resumiendo: Hay que ver los acantilados de Moher para sentir la belleza del mar y de la tierra.

Para ir a la zona de Malahide y Howth, al norte de Dublín, tan solo hay que coger el tren regional (DART) que te acerca en media hora, aproximadamente. El pase diario ilimitado cuesta 8,5 euros y se puede adquirir justo en un supermercado en frente de la estación de trenes de Connolly.

En el pueblo de Malahide hay que ver su castillo, del siglo XII, ubicado en el interior de un parque urbano muy bonito y tranquilo.

En Malahide, además, paseamos por sus particulares calles, y vimos sus barecitos y sus pintorescas macetas colgadas llenas de flores. 

Como cada día, nos llovió, hizo calor, frío, viento… Todo en poco tiempo.

Sobre las una de la tarde volvimos a coger el tren hacia Howth, donde comimos en el restaurante Octopussy’s, un bar pintoresco en el puerto pesquero.

Reserva con tiempo, pues es un local pequeño que siempre está concurrido. Probamos las gambas y los mejillones, y una fuente de fritura variada.  Estaba todo riquísimo, y mereció la pena esperar un buen rato, aunque viendo a las focas en el puerto se nos pasó el tiempo más rápido y divertido.

Tras almorzar, deambulamos por el mercadillo local, compramos unos regalos y tomamos un helado.

Dar un paseo hasta el castillo de Howth es una pequeña caminata para hacer un poco de ejercicio, y poder hacerse en el exterior algunas fotos, ya que está habitado y no se puede visitar excepto en contadas ocasiones.

La última parada del día en Howth antes de tomar el tren de vuelta a Dublín fue el puerto de la ciudad. Paseamos por el muelle de Sing Street y contemplamos el inmenso océano Atlántico.

En la quinta jornada de nuestra visita a Irlanda en 7 días tocaba visitar las dos catedrales y el castillo, pero antes de llegar a la primera parada nos encontramos con la iglesia de St. Auoden. Solo pudimos visitar una exposición en la que cuentan su historia, puesto que en el templo había una celebración.

Debes hacerte fotos en el puente peatonal de Ha’penny, llamado así por los dos peniques que debía pagar el que cruzaba como peaje. Y también, más adelante, el puente Samuel Beckett, diseñado por Calatrava, y muy parecido al puente del Alamillo de Sevilla.

Este paso sobre el río Liffey se encuentra cerca de las estatuas del Memorial de la Hambruna, erigido como recuerdo al periodo de inanición y enfermedad en el país en la mitad del siglo XIX. No me apeteció hacerme ni una foto debido al horror que mostraban sus semblantes y aspecto. Qué pena lo que tuvieron que pasar.

Continuamos caminando hasta la zona de los Dublin Docklands, el moderno puerto con amplias plazas y canales de agua. Y, tras tomar un café, nos dirigimos cerca del Temple Bar para almorzar, e irnos por la tarde a la plaza donde se ubicaba nuestro hotel, la Smithfield Square.

Ese día tuvo lugar un festival de música folk irlandesa en honor al músico Luke Kelly, fallecido en los ochenta y en cuyas letras se puede entender lo comprometido políticamente con el nacionalismo irlandés que estaba.

Lo pasamos muy bien y estaba todo muy bien organizado: ambulancias, carpas con médicos, cambiadores para bebés y actividades para niños, carpas con música y charlas. Un festival para toda la familia que disfrutamos bastante.

Se me puso la piel de gallina al escuchar a los grupos versionando canciones de Luke Kelly y por cómo los locales cantaban al unísono cada una de ellas.

Y, cómo no, recorrimos por la noche las calles de Dublín buscando un pub para cenar algo. De vuelta, cerca del hotel, encontramos un restaurante con una carta algo más variada y con una bonita decoración con unos reservados muy chulos.

Los camareros eran muy amables y agradables, se esforzaban por hablar algo en español. La comida estaba rica y nos pusieron unas pintas de la cerveza lager local, la Hop House 13.

El tren a Kilkenny, que se coge en la estación Heuston, tarda unas dos horas. Pagamos algo más de 20 euros por persona por el billete de ida y vuelta. Creo que lo mejor es sacarlo por internet, ya que si lo compras en la estación el billete no está numerado y te tienes que sentar donde puedas.

El paisaje de camino me ha recordado mucho a Galicia, al Camino de Santiago, por sus extensos senderos por el que discurre la vía entre arboledas y matorrales, decorados de florecillas de variados colores.

Cuando se abre un claro, se puede ver la ganadería autóctona de la zona: vacas, ovejas y caballos pastando tranquilamente en unos prados verdes y llanos. De vez en cuando encontramos alpacas de paja, así como grandes casas y graneros, con cierta similitud arquitectónica.

Pasamos también por pequeños pueblecitos de altas casas blancas de tejados grises o marrones, en los cuales se detenía el tren y llegaba el trasiego de pasajeros subiendo y bajando, cada uno con sus historias y sus vidas.

Kilkenny es precioso, de estilo medieval y de estrechas calles con muchas casas pintorescas de piedras llenas de macetas con muchas flores. Atravesarlo te remonta al pasado. Una auténtica excursión para hacer si recorres Irlanda en 7 días.

De camino al castillo entramos en varias iglesias a cual más bonita, pero lo que te deja asombrada es la bóveda de la catedral de St. Mary, por su belleza, su adornado y blanco altar y su Vía Crucis. Toda la catedral es digna de ser admirada y te sorprende que en un pueblo relativamente pequeño haya ese imponente monumento del pasado.

La otra catedral, la de St. Canice, la segunda más grande de Irlanda, es si cabe más increíble y particular. Tiene alrededor un cementerio con grandes tumbas fantasmagóricas que parecen sacadas de una película de terror. Sus vidrieras no podrían ser más preciosas e increíbles. Y tiene una torre circular del siglo IX.

Otro lugar parada obligatoria es la abadía, con su forma tan singular, dividida en dos naves y con el altar en medio. Se trata de The Black Abbey, uno de los primeros conventos dominicos de Irlanda, y dedicado a la Santísima Trinidad.

Tras visitar los templos, comimos en el restaurante Kyteler’s Inn, una taberna que tuvo una singular dueña, pues dicen que Dame Alice Kyteler era una bruja. En el pub se come bastante bien, aunque ya sabemos que la comida en Irlanda no es muy variada.

También debes visitar el grandioso y espectacular castillo de Kilkenny, en cuyo interior podrás transportarte al pasado y ver cómo vivían sus antepasados habitantes, los Butler. La entrada de adulto cuesta tan solo 8 euros.

Ya que nuestro vuelo de regreso era por la tarde, aprovechamos la mañana para visitar la biblioteca Chester Beatty de Dublín, cerca del castillo, que alberga cientos de libros, papiros y objetos cristianos, musulmanes y orientales. Puedes admirar la belleza y la delicadeza de la técnica gráfica utilizada en el pasado con tan pocos y rudimentarios materiales. Anímate, es gratuito, y puedes dejar un donativo.

También visitamos las dos catedrales de la ciudad, la dedicada a la Santísima Trinidad, y fundada por los vikingos en el siglo XI, y la de San Patricio, la mayor de las iglesias de Irlanda, y en la que descansan los restos de Jonathan Swift, escritor de ‘Los viajes de Gulliver’.